Dick ya no vive aquí

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2 de junio de 2010

Un millón de dolares en blanco

Esta manía de rejuntar lo improbable y en realidad, en la vida, los detalles que importan: aquello que tuvo que venir vino, y aquello que tiene todavía algo que enseñarnos vendrá con otros nombres propios, vaya a saber qué cosa está viniendo ahora, como la llegada de los hinchas a la cancha para acompañar a su club, con sus remeras de nylon a colores evocando aliento, para no perderse en el existencialismo del domingo, reposado sobre algún sillón marrón.

Como si nada de lo que fuimos en aquel tiempo hubiera existido, y la distancia que nos separa, es más grande que la que separa a la parejas de erizos que no pueden aparearse por sus espinas, y sin embargo, si uno de ellos se parase frente a mí y me dijera al oído un mensaje cifrado, grrrafigjht por ejemplo, yo descubriría que en los grandes sueños no hay reino, ni objeto ni lugar ni nada que no signifique un millón de dólares en blanco.

Digo todo esto al margen de nuestra memoria minúscula, con el deseo de escribir un poema donde se confunda aburrimiento con tristeza, algo parecido a la nostalgia, a la pluma de los patos en mi cama, la imposibilidad de alzar vuelo, a la cercanía mental anclada a tu desaparición, que se presenta indeleble frente mí como un fantasma, me sujeta fuerte los hombros mientras leo en sus pupilas la palabra crecé.


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